lunes, 23 de enero de 2012

Un saludo

   Pasaba por su lado todos los días desde que empecé la carrera, de camino a la facultad, y a fuerza de coincidir con ella la empecé a saludar. Ella nunca me contestaba, pero no me rendí; en vez de eso me lo tomé como un juego: la saludaría todas las mañanas, sonriente, hasta que ella me respondiese. 


Casi estaba terminado el tercer curso cuando por fin, una soleada mañana de abril, tuve mi pequeña victoria. Al escuchar mi saludo ella elevó la cabeza y me miró a los ojos; esbozando una leve sonrisa levantó su mano, me saludó al pasar y, aunque no pude oír nada, vi cómo sus labios se movían... 


Desde aquel día fui a la facultad por otro camino. Suelo decir que nuestro juego perdió la gracia cuando ella me saludó, pero la verdad es que en aún tengo escalofríos cuando recuerdo aquella escultura de bronce cobrando vida. Si estás leyendo esto... lo siento.

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